Historia de la sidra
No existen testimonios fidedignos sobre la procedencia geográfica de la manzana, pero se acepta comúnmente entre los especialistas que son originarias del Cáucaso: desde el norte de Irán en el mar Caspio, hasta Trebisonda en el mar Negro. De aquí pasó a Europa Central, en cuyos lagos se han hallado restos datados de la Edad de Piedra. Parece evidente, sin embargo, que las semillas de manzana formaban parte imprescindible de las provisiones de toda migración.
Se sabe que griegos y romanos apreciaban mucho un vino de manzana que los últimos llamaban vinum ex malis. Al margen de esto, queda la duda de si la sidra tal como hoy la conocemos -es decir, mosto de manzana fermentado- fue creación romana, como algunos autores sostienen. También está por dilucidar hasta qué punto la sicera, condenada por el Antiguo Testamento como bebida embriagante de los hebreos, está emparentada con nuestra sidra. Ahora bien, si consideramos la sidra en un sentido genérico como licor de manzana, parece claro que podemos admitir tanto al vinum ex malis como a la sicera entre los antecedentes directos de la sagardo. En cualquier caso, son cuestiones aptas para toda clase de especulaciones, pero sin fundamento histórico suficiente para mayores precisiones.
Tampoco es demostrable la tesis -por más que resulte atractiva y hasta romántica- que atribuye a los arrantzales vascos la difusión de la sidra por las costas del norte europeo y Terranova, que de ser cierta representaría una deuda contraída por normandos y bretones, los mayores productores sidreros del mundo, hacia nuestros ancestro.
Con el inicio de las fuentes documentales empezamos a movernos en un terreno más seguro. Según éstas, parece ser que Asturias y Euskal Herria fueron los lugares de la Península donde se inició la explotación masiva del manzano. |