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Un brindis por la mujer y el vino
 

La industria vitivinícola le da en la actualidad cada vez más importancia al público femenino a la hora de diseñar sus campañas publicitarias, pero no siempre fue así.

Gabriela Gasparini.

La importancia que la industria vitivinícola le da a la mujer a la hora de dirigir sus campañas publicitarias con el propósito de incrementar sus ventas hoy está fuera de todo cuestionamiento, pero no siempre fue así. Las estrategias utilizadas para expandir el mercado, entre las que figuran la proliferación de propuestas livianas, regidas por el absurdo convencimiento de que un blanco suave, mejor si es con algo de gas, es lo que más nos gusta, y junto a la creación de nuevos tipos de vinos que nos apuntan directamente, fueron tomando cuerpo con el correr de los años.

El director de Cutty Sark explicaba tiempo atrás por qué publicitaba en revistas femeninas: “Las mujeres siempre han sido decisivas en las campañas de marketing de las marcas, pero por desgracia siempre han aparecido como una recompensa para el macho que bebe un producto determinado. Ahora nos estamos dando cuenta de que hay muchas mujeres independientes y a quienes les preocupa, sobre todo su carrera profesional”.

Es evidente que hay algunos que tardan en despertarse más que otros. Casi el mismo argumento utilizaron algunas agencias publicitarias en los años 80, al declarar que apuntaban sus campañas a las mujeres debido a su mayor nivel de emancipación y de participación, y fundamentalmente, porque en un período de recesión económica cuando los hombres habían disminuido el consumo tenían que diversificar el público; aunque, increíblemente, simultáneamente pensaban que las damas estaban imposibilitadas de acceder a los placeres del vino, ya que según rezaba el texto “no se entiende que todos puedan beber vino”, o sea que podían comprar y disfrutar de muchas cosas pero no de una buena copa, pensar que ahora las bodegas nos bombardean con acciones dirigidas a que probemos sus caldos y se desviven por encontrar la fórmula para seducirnos, las cosas cambian.

Recuerdo el relato que hizo ya hace años el periodista, Bob Woehler, quien contaba su experiencia en un seminario sobre vinos que había tenido lugar en Seattle, y su artículo era el reflejo de la alegre visión masculina que descubría cómo la capacidad de trabajo y el humor femeninos se manifestaban en la concreción de excelentes vinos. El panel al que asistió estaba integrado por bodegueras y por la escritora Leslie Sbrocco, periodista especialista en vinos y gastronomía, quien había publicado un libro salpicado de humor donde afirmaba que las mujeres vemos al vino como a los accesorios de nuestro vestuario. Y así describía a un Riesling como “un corpiño que no sólo sostiene bien sino que además es confortable”. Comparaba a un Sauvignon Blanc con una blusa de seda; a un Merlot con un suave y envolvente sweater de lana oscura, y a un Syrah con una alocada cartera roja de cuero. Para agregar que un Cabernet Sauvignon es imprescindible como un buen traje chaqueta para ir a trabajar, nadie puede armar un guardarropas como corresponde omitiendo el tailleur. Puesta a explicar las diferencias que surgen entre un hombre y una mujer cuando se trata de elegir un vino, aseguró que los hombres se impresionan con los vinos si se enteran de que recibieron buenos puntajes por parte de la crítica porque a ellos les interesan los que ganan el juego. Mientras que las mujeres se concentran más en el momento en que se va a degustar, el estilo de vida, el tipo de acontecimiento y la comida que se debe acompañar.

En el mismo encuentro, las dueñas una bodega del estado de Washington demostraron su humor en las etiquetas de algunos de los vinos que ofrecían, evidentemente levantando el guante de Sbrocco, al proponer desde la botella un Merlot suave, equilibrado, suculento, y con mucho estilo, como los buenos pares de zapatos altos. O sugerir que para imaginar cómo va a ser un Syrah debemos pensar en un reconfortante y audaz tapado de visón. Mientras aseguraban que el Cabernet Sauvignon se asemejaba a esa pieza singular que resulta una maravillosa valija de cuero. Y recalcar que un Chardonnay-Riesling era lo que necesitaba para levantar su espíritu alguien que trabajaba en medias de nylon y tacos todo el día, además de los comentarios descriptivos de los aromas y sabores típicos de cada cepa.

No sólo somos las principales compradoras, somos buenas degustadoras y estamos cada vez más pendientes de todo lo relacionado con el vino, vamos un poco más allá y dejamos en claro nuestra postura cuando algo no nos parece bien, porque fue una periodista la que se atrevió a enfrentarse a un personaje del calibre de Robert Parker, el conocido “gurú” que instituyó un sistema de puntos para calificar a los vinos lo que se tradujo en la estandarización del gusto, ya que las bodegas en pos de conseguir una puntuación elevada para sus productos terminaron elaborando caldos con las características que sabían deleitarían al crítico, acción conocida como “parkerización”. Bien, hete aquí que Alice Feiring en su libro La batalla por el vino y el amor o Cómo salvé al mundo de la parkerización, expresa su más profundo repudio a la práctica de Parker y su listado, y por suerte su prédica tuvo eco, son muchos los que ya no le prestan atención al puntaje y se dejan seducir por vinos con personalidad, que respetan su herencia y lo que su terroir tiene para dar. En fin, qué decir, las mujeres nos hacemos cargo de todas las instancias de la vida, las obligaciones y los placeres. ¡Salud.

 
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FUENTE: http://www.rosario3.com/
 
 
 
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